martes, 28 de noviembre de 2017

Novios tóxicos... ¡Como mires a otro, te mato!

Algo estamos haciendo mal. La generación que debía ser la más igualitaria de la historia dispara las cifras de violencia de género. Más de 40.000 chicas adolescentes de entre 14 y 19 años han sido agredidas por ‘su chico’. Por Priscila Guilayn

Tiene 14 años y ya ha denunciado a su expareja. La tenía controlada, sometida, pero ella no se atrevía a contrariarlo. El chico se oponía incluso a que fuera de excursión con el instituto. Un día la grabó con el móvil mientras tenían relaciones sexuales -“Yo no quería que lo grabara”, subraya- y, a partir de ahí, comenzó a chantajearla con enseñárselo a todo el mundo. Un día la forzó a practicar sexo y también lo filmó. “Me encerró en la azotea”, relata Pilar. Y aunque no sea este su verdadero nombre, todo lo demás es cierto.

Las chicas jóvenes sometidas por completo a sus parejas duplican en número a las mujeres maduras en esa misma situación

Antes de que su pareja llegara a la agresión sexual y lo grabara, el móvil ya se había convertido en una cárcel para Pilar. Su exnovio la controlaba gracias a la tecnología. Y no es la única que sufría ni sufre algo semejante. Lo mismo ocurre con el 21,1 por ciento de las menores de 24 años, según la Macroencuesta española de violencia contra la mujer. Son niñas y jóvenes que han llegado a creerse aquello de que los celos son un demostración de amor mientras viven sometidas al control, primer escalón en el proceso de la violencia de género, por parte de sus parejas. El dato en sí mismo ya es alarmante, pero más todavía si se tiene en cuenta que entre las mujeres de mayor edad el porcentaje ronda el 10 por ciento.

Un drama silencioso del que no saben salir. Su novio empieza controlando su móvil y acaba controlando su vida



Una respuesta muy frecuente ante este control es el silencio. María Jesús y María Ángeles, policías de la Delegación de Participación Ciudadana del distrito madrileño de Puente de Vallecas, detectan el rastro del maltrato con solo mirar a las jóvenes que acuden a las charlas que dan sobre violencia de género en los institutos. Las chicas apartan la mirada, lloran al identificarse con el relato de las agentes. Algunas adolescentes dejan caer que un ‘poquito’ de celos viene bien . María Jesús proyecta vídeos en el aula que ilustran cómo ese poquito puede convertirse en mucho en un santiamén.

María Jesús es policía de Madrid. Da charlas a los chicos y chicas jóvenes en institutos sobre la violencia de género. Detecta cuáles sufren maltrato con solo mirarlas: las chicas apartan la vista y lloran al identificarse con el relato de la agente
Así ocurrió con Ana, una joven de 17 años cuyo novio insiste en que oculte sus ojos verdes tras unas lentillas de contacto castañas. Él dice que llaman demasiado la atención y ella ha optado por andar callada y con la cabeza gacha para evitar que, como de costumbre, la llame puta y le pegue. “Cada vez que voy con mis padres, he de hacerme una foto y mandársela para que sepa que es verdad. Porque si no…Una vez -no es capaz de rematar la frase-. Es que son tantas veces las que dice. ¿dónde estás?, ¿dónde estás? Y yo le respondo. En el mismo sitio, en el mismo sitio. Y tengo que enviarle 40 fotos con distintas poses para que no se crea que le estoy mandando la misma”.
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Estrategia de dominación

Llegar a sufrir violencia física y sexual depende de con qué rapidez acepten las chicas la violencia psicológica. Las hay que empiezan a sufrir empujones, tirones de pelo, agarrones o incluso fuertes palizas a las tres semanas de empezar a salir; otras, a los dos años de noviazgo. Las víctimas -ya más de 40.000 chicas, según el Consejo General del Poder Judicial- no responden a un perfil concreto. Son menores de diferentes clases sociales y edades. Situaciones como las de Ana y Pilar reponden a un cambio social. Así lo revela el estudio Voces tras los datos, realizado por la socióloga Carmen Ruiz Repullo para el Instituto Andaluz de la Mujer, que percibe, así como otros expertos, una clara regresión en actitudes, valores y conductas entre buena parte de la gente joven.
La violencia de género no es un hecho aislado en la relación de pareja. Es una estrategia de dominación, una conducta sistemática que arranca enmascarada por los mitos del amor romántico, cuando la joven -o la mujer- cree que los celos son una demostración de amor y confía en que con su entrega incondicional a su novio este cambiará.
Parte de esta confusión radica en que las relaciones tóxicas no empiezan siendo violentas. Todo lo contrario. “Si así fuera, nadie lo aceptaría. Este tipo de relación empieza con mucho romanticismo. Él se muestra conquistador y seductor y cuando empiezan las coacciones, bajo un control voraz, ella ya está muy enamorada”, explica la psicóloga Diana Díaz, coordinadora del teléfono de atención (900 20 20 10) que la Fundación Anar pone a disposición, de manera totalmente confidencial, a niños y adolescentes víctimas de violencia. Muchas de las llamadas -unas 300 al año- refieren el desconcierto de sentirse agobiada, avasallada, pero a la vez amada. “Le dije. me he tatuado tu nombre, ¿qué más quieres que haga por ti? Pero a él no le valía y seguía exigiéndome que le demostrara mi amor”, relató una chica de 16 años. “Ellas lo van tolerando -explica Díaz-, mientras el maltrato va subiendo peldaños”.

El primer paso en estas relaciones es el control. Muchas chicas creen que los celos son un signo de amor. El chantaje es el siguiente escalón

Es la escalera de la violencia de género presentada como ‘amor verdadero’, de la cual, después de subir varios tramos, se hace muy difícil bajar sin ayuda. Allá arriba la chica se siente sola, mira alrededor y solo está él. Su dependencia emocional es completa y su autoestima ha sido destruida hasta tal punto que, aunque su ‘príncipe’ se haya convertido en ogro, cree que las cosas pueden volver a ser como antes. El primer peldaño es el control, los celos ‘como signo de amor’. “Él me obligaba a comer rápido para poder llamarlo. Todo el rato me mandaba WhatsApp en los que me decía que acabase ya de comer, que necesitaba oír mi voz”, se desahoga una joven de 16 años, atendida por el equipo de Díaz. El control va abarcando, poco a poco, todos los aspectos. Él le dice qué no debe ponerse, con quién no se puede mensajear, exige su contraseña de las redes sociales como prueba de amor. “Empezó a cogerme el móvil, me pidió la clave, miraba mis contactos, no me dejaba escribir a mis amigas. Y si ellas me llamaban, él bloqueaba el número”, cuenta otra víctima de 15 años.
Pero el control es apenas el comienzo de la escalera. Como el chico la presiona para que pase el mayor tiempo con él, y ella accede, asciende al segundo tramo: el aislamiento de sus amistades y se distancia de la familia. Más tarde, en el tercer tramo, la incomunicación: la víctima renuncia a sus actividades extraescolares, a sus aficiones, al viaje de fin de curso… El sentimiento de culpa y el chantaje son el siguiente escalón, el cuarto. el novio se enfada porque la chica dice no estar preparada para tener relaciones sexuales y ella acaba cediendo. “Me metí en la boca del lobo, fui a su casa, me dio alcohol y me emborraché. Se lo puse a huevo. Siento que fue culpa mía”, cuenta una niña de 14 años.
En el quinto peldaño aparecen los desprecios, las humillaciones, los insultos: la autoestima de la chica toca fondo. En el sexto surgen las peleas constantes: todo lo que ella dice o hace está mal. En el séptimo escalón empiezan las agresiones físicas: empujones, tirones de pelo, agarrones… Y en el octavo, él amenaza con quitarse la vida: “Estoy muy preocupada. Me da miedo que si lo dejo cumpla sus amenazas de suicidio”, cuenta, a través del teléfono Anar, una chica de 15 años.
La violencia sexual aparece en el noveno escalón: “Me obligaba a ver películas pornográficas y después a hacerlo real”, rememora una chica de 16 años. Y ya en el décimo comienzan las palizas, como le ocurrió a una adolescente de 16 años que también llamó al 900 20 20 10. “Me tiró por las escaleras y me dejó en el suelo, mareada, sin saber dónde estaba. Ahora, me pega todos los días o un día sí y otro no”.
Pese a que todo el sufrimiento arranca con el control, una de cada tres jóvenes no identifica este comportamiento con la violencia de género, según un estudio realizado por la Delegación de Gobierno. Por ello, los expertos en la materia, como José Antonio Burriel, abogado especialista en Derecho Penal y fundador de la Asociación No Más Violencia de Género, defienden que la prevención reside en la educación. “Es urgente que eduquemos en igualdad a los chicos y chicas que hoy tienen de 14 a 18 años. Si no lo hacemos, perderemos una generación. ¡No podemos perderla!” Según el estudio Igualdad y prevención de la violencia de género en la adolescencia y juventud, publicado en 2010 por la Universidad Complutense de Madrid y el entonces Ministerio de Igualdad, el 32,1 por ciento de los chicos adolescentes corren el riesgo de convertirse en maltratadores.
Las denuncias, sin embargo, son escasas. El año pasado, en España, fueron enjuiciados 162 menores, según el Consejo General del Poder Judicial, de los cuales el 90 por ciento fueron considerados culpables. Las sanciones suelen ser apercibimiento o un tiempo en un centro de internamiento. A los menores o a los jóvenes con 18 años o poco más no se les suele aplicar la Ley Integral contra la Violencia de Género porque el Tribunal Supremo establece que las relaciones deben ser análogas a las matrimoniales: duración en el tiempo y proyecto de futuro. Los jóvenes no suelen tener ni una cosa ni la otra, matiza Burriel.

Los expertos ven una clara regresión en valores y conductas entre los jóvenes. Las víctimas no responden a un único perfil

“El enfoque entre adolescentes, sin embargo, no debe ir por las leyes y sí por la educación -añade Burriel-. Es la educación la que cambia los corazones; y la familia es la esencia: la educación empieza dentro de casa. ¿Y cómo se hace? Viviendo en igualdad . Luego, a partir de los cuatro o cinco años, poco a poco, ya en los colegios. “Hay que enseñar que somos iguales, diversos, pero todos con los mismos derechos, la misma libertad y la misma dignidad”.
Burriel defiende que los adolescentes aprendan las reglas de las relaciones afectivas. “No se trata solo de dar unos besitos o cogerse de la cintura. Hay que dialogar, comprender, ser sinceros; no hay que avasallar, ambos deben tener su tiempo libre. Y es muy importante saber pedir perdón”. En los institutos a los que acude para dar charlas sobre el asunto, Burriel ve cómo a las chicas les cuesta terminar con ese tipo de relaciones. “Muchas aguantan porque si rompen con el novio se quedan solas, aisladas en el instituto. Ves a niñas de 15 años llorando y preguntándose. ‘¡Qué voy a hacer con mi vida!'”.
Una desesperación muy preocupante. Como la de una adolescente de 16 años que llamó a la línea de la Fundación Anar. “Estoy intentando llevarlo bien, mantener la sonrisa, pero como me dé otra paliza voy a ser yo la que me vaya. Me mato. Así descanso”.

 

 

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