Efecto Pigmalión: el profesor es el instrumento didáctico más potente
El día después de la muerte de Martin Luther King, la profesora Jane Elliot realizó el experimento conocido como “Ojos azules vs.
ojos marrones” en una clase de primaria de una pequeña población de
Iowa. Años más tarde, ese famoso experimento fue popularizado por el
documental “Una clase dividida” (ver video 1) en el que se muestra cómo
los niños considerados inferiores actuaban según las expectativas de la
profesora y qué tensiones se generaban por los prejuicios contraídos.
Un ejemplo clarificador que demuestra cómo pueden verse afectados el
comportamiento y la autoestima de una persona con la información que
recibe sobre su conducta y la forma de ser tratada.
Aunque el experimento de Elliot trata
sobre la intolerancia y tiene como objetivo concienciar a las personas
(niños y adultos, como se observa en el video) sobre los efectos
devastadores de la discriminación (contenido social imprescindible) a
nosotros nos sirve de referencia para analizar el proceso de interacción
entre el profesor y el alumno, en concreto cómo las creencias previas y
las expectativas del docente afectan al desarrollo académico y personal
del estudiante.
Efecto Pigmalión en el aula
El efecto Pigmalión aplicado al entorno
escolar hace referencia a cómo las expectativas del profesor sobre el
alumno pueden condicionar su comportamiento hacia él y afectar a su
evolución académica.
En un experimento clásico muy conocido1,
Robert Rosenthal y Lenore Jacobson seleccionaron al azar estudiantes en
una escuela de primaria, después de realizarles una serie de tests de
inteligencia. Sin embargo, indicaron a sus profesores que, debido a las
altas capacidades de los alumnos elegidos, tendrían grandes mejoras
académicas durante el curso. El análisis de los resultados académicos y
las mediciones de los tests realizados ocho meses después, demostró que
el rendimiento de los alumnos elegidos durante el curso mejoró
considerablemente. En el aula se dio lo que se conoce en psicología como
profecía autocumplida, es decir, las creencias del profesor acerca de
las capacidades de sus alumnos originaron conductas que el mismo
profesor esperaba. No sólo las expectativas positivas o negativas del
docente pueden afectar al comportamiento del alumno (como vemos en el
experimento de Elliot) sino que, además, pueden afectar al nivel
intelectual del mismo.
El propio Rosenthal considera cuatro
factores determinantes que permiten explicar cómo las expectativas del
profesor pueden transmitirse a los alumnos de los que se espera más:
1) Se genera un clima emocional más
cercano. Esto principalmente se debe a la utilización de un lenguaje no
verbal inconsciente que permite transmitir las emociones a través de
gestos, expresiones faciales, tono de voz, miradas, sonrisas,… Esta
comunicación no verbal constituye un complemento imprescindible del
lenguaje verbal oral y permite al alumno captar y reaccionar ante los
mensajes transmitidos por el profesor.
2) Se enseña más materia. Las
expectativas creadas en la capacidad del alumno hacen que el profesor se
esfuerce más para explicar nuevos contenidos académicos y sea más
exigente con el alumno del que espera más. Esto no ocurre con los
alumnos que el profesor cree que son menos inteligentes.
3) Se les pregunta más. El profesor
confía más en las respuestas de estos alumnos, por lo que se les
pregunta más y con mayor grado de dificultad. Les ayuda más en las
respuestas al sugerirles alternativas, les interrumpe menos, les da más
oportunidades de respuesta y más tiempo para responder.
4) Se les elogia más. Cuanto más se cree
en el niño más se le alaba para que pueda obtener el mejor resultado. Si
el profesor no cree en la capacidad del alumno puede aceptar una
respuesta incorrecta o incompleta.
Un caso real
En un claustro de profesores se
resaltan aspectos personales y académicos (mayoritariamente negativos)
que caracterizan a cada uno de los alumnos de un grupo. El objetivo es
“orientar” a los profesores que tendrán estos alumnos en el nuevo curso.
Una forma de etiquetar a estos alumnos que condicionará sobremanera a
los docentes en su forma de actuar y que no considera la posibilidad de
que el alumno pueda cambiar y mejorar. Un ejemplo claro de “Pigmalión
negativo” sin utilidad práctica.
En estudios longitudinales recientes, los
investigadores Robert Pianta y Bridgett Hamre han analizado cómo
influyen las relaciones tempranas entre el profesor y el alumno en la
evolución escolar de este último. En uno de estos estudios2
siguieron a 179 niños desde el jardín de infancia (4-6 años) hasta
secundaria (12-14 años) y observaron que la calidad de la relación entre
el profesor y el alumno en las etapas iniciales de la enseñanza
predecía resultados académicos y conductuales posteriores en la
adolescencia. Esto sugiere la necesidad de aplicar intervenciones
preventivas tempranas en alumnos que manifiestan problemas conductuales
durante los primeros años de la escolarización.
Induciendo expectativas de éxito
Los alumnos están condicionados por su
propia historia personal y la percepción de la propia valía es
imprescindible para alcanzar los objetivos planteados, por ello el
profesor ha de saber inducir expectativas de éxito en todos sus alumnos.
Especialmente importante es la fase inicial del curso en la que el
docente transmite los objetivos que pretende alcanzar. Comparemos dos
versiones diferentes correspondientes al inicio de un curso académico:
Un caso real
1. “Este año os espera una asignatura
muy difícil de aprobar. Aquel que no tenga una base sólida de
conocimientos adquiridos se puede ya despedir”
2. “Este año os espera un curso lleno de retos que todos podréis superar aportando todo lo que sabéis y todo lo que aprenderéis”
El mensaje transmitido en el primer caso
es que sólo el alumno que tenga capacidad podrá obtener resultados
académicos satisfactorios. No hay margen para la mejora a través del
esfuerzo y el alumno que tenga malas experiencias pasadas rápidamente se
desmoralizará y desconectará del resto del grupo.
En el segundo caso se acepta que el
alumno sabe y que lo que sabe es importante y, a partir de este
conocimiento, se generará el nuevo aprendizaje. Se transmite un mensaje
de esperanza y el alumno entenderá que aportando la mejor versión de sí
mismo podrá obtener resultados satisfactorios. Y no todo se restringe a
lo académico.
La difusión clara de los objetivos es
imprescindible para que el alumno sepa qué se le va a exigir. Además, es
conveniente que la evaluación de estos objetivos no se limite
únicamente al nivel de conocimientos adquiridos, sino que también se
deberían considerar otros objetivos relacionados con el esfuerzo
individual o la contribución a la convivencia que facilitaran la
adquisición de una serie de competencias útiles para la consecución del
éxito académico. Como comentamos continuamente, un aprendizaje para la
vida.
El aprendizaje es un proceso activo en el
que el cerebro cambia continuamente. Debido a la singularidad que
constituye este proceso, la atención a la diversidad requiere
flexibilidad y, además, el profesor ha de esperar siempre algo del
alumno.3
La forma que permite que los alumnos quieran participar en el proceso de aprendizaje pasa por mejorar su motivación intrínseca.4
Si la materia estudiada suscita el interés del alumno todo el proceso
se verá facilitado, aunque se ha de asumir que no siempre podemos
esperar estar motivados para realizar las tareas. En ese caso hay que
echar mano de la voluntad y del sentido de responsabilidad que sabemos
que no son innatos y pueden aprenderse. Otra razón más para no
restringirse a la enseñanza de contenidos puramente académicos.
El profesor ha de fomentar la
participación del alumnado. Cuando el alumno interviene directamente en
el proceso de aprendizaje asume un sentido de pertenencia que facilita
su progreso. En referencia a esto, el reconocido psicopedagogo Juan
Vaello explica: “El profesor no debe tener prisa y debe romper el guión
cuando sea preciso, sin cortar preguntas e intervenciones espontáneas de
los alumnos […] Ha de respetar todas las intervenciones, resaltando los
aspectos positivos de las mismas aunque sean incompletas”.5
Un caso real
Comparemos dos formas diferentes de fomentar la curiosidad y la participación del alumnado en la clase:
1. “No se hacen preguntas y punto”.
Es la respuesta dada por una profesora de bachillerato a una compañera
que se sentía aturdida porque sus alumnos hacían muchas preguntas.
2. “Cada vez que los alumnos me hacen
una pregunta les digo que es una excelente pregunta. Lo último que
quieren es que se sientan estúpidos y tú muy listo” 6 dice Walter Lewin, prestigioso astrofísico que ha impartido docencia en el MIT durante más de cuarenta años.
Potenciando la autoestima
La idea que tenemos sobre nuestra
capacidad para afrontar una tarea o un problema, influye de forma
decisiva en nuestro comportamiento. La autoestima académica constituye
la percepción y valoración que hace el alumno de sí mismo asociada al
entorno escolar. Si conseguimos potenciarla obtenemos una forma de
motivación que mantiene una relación directa con el éxito académico, es
duradera e independiente del profesor.
El docente debe contribuir a que los
alumnos tengan autoconceptos positivos pero, para poder infundirlos, ha
de fortalecer su propia autoestima. Hemos de predicar con el ejemplo.
Cuando uno se siente satisfecho y alegre es más fácil hacer las cosas.
A continuación enumeramos algunos
factores críticos que el profesor ha de considerar para potenciar la
autoestima de sus alumnos:
1) Asumir que todos tenemos capacidades.
2) Adaptar las tareas a las posibilidades del alumno.
3) Fomentar la participación.
4) Reconocer el esfuerzo realizado (el éxito se debe al esfuerzo no a la capacidad).
5) Enseñar que el error forma parte del proceso de aprendizaje.
6) Centrarse en las fortalezas del alumno no en sus carencias.
7) Adoptar una perspectiva optimista y
un estilo más positivo (ya sabemos que nuestras creencias condicionan
nuestros comportamientos).
Si no se facilitan expectativas de logro y
el alumno atribuye su éxito académico a acontecimientos que no puede
controlar, ya sean externos (“el profesor me odia”) o internos (“yo no
valgo para las matemáticas”), se puede provocar indefensión aprendida7
(ver video 2), sobre todo si la autoestima es baja. Esta situación
conlleva apatía casi total y una pasividad permanente. Curiosamente, la
mayoría de de decisiones en el ámbito escolar relacionadas con el
aprendizaje están fuera del control del alumno.
Un caso real
El profesor realiza una actividad en
la que pide a sus alumnos que expresen en un anuncio publicitario
anónimo cuáles son sus mejores cualidades y habilidades, con la
pretensión de vender el propio producto (los posibles compradores son el
resto de compañeros). Los alumnos leen en público los anuncios, los
comentan y justifican sus preferencias de compra, pudiéndose establecer
una relación de las preferencias del colectivo. Esta es una actividad
que fomenta el trabajo cooperativo y potencia la autoestima.
El profesor: gran protagonista del aprendizaje escolar
La imitación constituye una forma de
aprendizaje muy potente y que se da de forma natural en los niños. Por
ello, el profesor ha de convertirse en un referente válido que permita
adquirir al alumno conductas nuevas a través de la observación. Como
ejemplo de este importante recurso educativo, les invito a que vean el
siguiente video (video 3) en el que se muestra lo que se conoce en
psicología como aprendizaje vicario o social8:
Muchos estudios que muestran la relación entre cognición y emoción9
sugieren que para optimizar el aprendizaje es imprescindible que el
estado de ánimo sea positivo. Pero somos conscientes que en la escuela
actual se suele resaltar todo lo que nuestros alumnos no saben hacer y
cuando se da el elogio se limita a los que creemos que son nuestros
mejores alumnos. De esta forma, es fácil desmoralizar a gran parte del
alumnado.
Los nuevos tiempos requieren una
formación continua de los docentes que les permita dominar la materia
impartida. Si eso no ocurre es difícil que el profesor pueda disfrutar
enseñando y transmitir el entusiasmo necesario para motivar a su
alumnado.
Un caso real
En una clase del bachillerato
científico, más del 50 % de los alumnos eligieron cursar la licenciatura
de Ciencias Físicas. El profesor era un apasionado de esa disciplina y
supo transmitir su pasión e intereses a sus discípulos.
Nosotros también fuimos alumnos y
comprobamos que el buen profesor era aquel que era capaz de transmitir
entusiasmo por su materia pero, a la vez, mostraba cariño por sus
alumnos, es decir, hacía funcionar el cerebro racional y el emocional en
plena sintonía.
Manfred Spitzer lo expresa muy bien: “¡La
persona del profesor es el instrumento didáctico más potente! No es el
retroproyector, la pizarra, las copias ni la presentación en Power
Point. Ninguno de estos medios, sino un maestro entusiasmado por su
materia, que de vez en cuando elogia a los alumnos y que tal vez sea
incluso capaz de mirarles con afecto, ése es el maestro que logra poner
en marcha su sistema de gratificación”.10
La profesión docente aporta una gran
satisfacción pero conlleva una enorme responsabilidad. El futuro de las
nuevas generaciones está en juego y necesitamos expectativas positivas.
Jesús C. Guillén
.
1 Rosenthal, Robert, “ Interpersonal expectancy effects: a 30-year perspective”, American Psychological Society 3, 1994.
2 Hamre, B., Pianta, R.,
“Early teacher-child relationships and the trajectory of children’s
school outcomes through eight grade”, Child Development 72, 2001.
3 Para más información:
4 Para más información:
5 Vaello, Joan, Cómo dar clase a los que no quieren, Graó, 2011, página 194.
6 Lewin, Walter, Por amor a la física, Debate, 2012, página 292.
7 Según Martin Seligman
(demostró la indefensión aprendida en perros y generalizó su estudio al
comportamiento en humanos), la teoría de la indefensión aprendida se
resume así: “la expectativa de que un determinado resultado es
independiente de las propias respuestas a) reduce la motivación para
controlar ese resultado; b) interfiere el aprender que las respuestas
controlan el resultado; y si el resultado es traumático c) produce miedo
durante el tiempo que el sujeto no está seguro de la controlabilidad
del resultado y, luego, depresión” (Seligman, Martin, Indefensión: En la depresión, el desarrollo y la muerte, Debate, 2000).
8 Este tipo de aprendizaje
basado en la observación fue desarrollado por el que se considera el
psicólogo vivo más importante, Albert Bandura (conocido, principalmente,
por su teoría del aprendizaje social y por postular el concepto de
autoeficacia). Para más información sobre su biografía y teorías
consultar:
9 Para más información, consultar el apartado Memoria y emociones del artículo anterior La memoria: un recurso fundamental en el que se analiza la relación entre cognición y emoción:
10 Spitzer, Manfred., Aprendizaje: neurociencia y la escuela de la vida, Omega, 2005, página 194.
Para saber más:
Gerver, Richard, Crear hoy la escuela del mañana: la educación y el futuro de nuestros hijos, Ediciones SM, 2012.
Woofolk, Anita E., Psicología educativa, Prentice Hall México, 2006.
Baños, Inmaculada: “El efecto Pigmalión en el aula”, Innovación y experiencias educativas, 2010.
Marina, José Antonio, Los secretos de la motivación, Ariel, 2011.
Tonucci, Francesco, Enseñar o aprender, Losada, 1996.
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“Es básico generar climas positivos en el aula para favorecer el aprendizaje”
30 agosto, 2018
| 5:28 am
por redaccion
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Por Luz Saint-Phat -lsaintphat@comercioyjusticia.info
Conducir la enseñanza en el aula y lograr buenos resultados no es una tarea sencilla. Sobre todo en los tiempos actuales, se requiere que los docentes desarrollen distintas competencias que hacen a su rol de educadores y no necesariamente al campo disciplinario específico al que se dedican.
Según estudios internacionales, una de las habilidades necesarias para lograr mejores resultados académicos en los estudiantes es que los profesores se formen y la vez enseñen a sus alumnos educación emocional, fomentando la cooperación y los ambientes positivos.
Estas cuestiones son abordadas por la neuroeducación, un enfoque transdisciplinario en el cual confluyen la neurociencia, la psicología y la pedagogía. El objetivo es poner en práctica los conocimientos científicos sobre el funcionamiento del cerebro para aplicarlos al aprendizaje.
Jesús Guillén es Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Barcelona y autor del blog sobre Neuroeducación “Escuela con Cerebro”. Además, es docente de la Diplomatura en Neuroeducación de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM).
En diálogo con Comercio y Justicia, explicó la relación entre las emociones y la adquisición de los conocimientos. También reflexionó sobre cómo la escuela puede incorporar los descubrimientos recientes de la neurociencia.
– ¿Cómo influyen las emociones en los procesos de aprendizaje?
– Es uno de los grandes descubrimientos de la neurociencia. No podemos separar lo cognitivo de lo emocional porque las emociones son imprescindibles en la toma de decisiones, en el aprendizaje, en el rendimiento académico del alumnado y en el bienestar personal del individuo. Sobre esto existen diferentes evidencias empíricas que lo corroboran. Por ejemplo, se han desarrollado estudios en los que se llevan los participantes a un laboratorio y allí se les muestran imágenes que corresponden a contextos emocionales positivos o negativos, se les pide recordar una información y se analizan sus cerebros. Se ha observado que -ante contextos emocionales negativos- se activa la amígdala, que es un sensor del miedo; sin embargo, ante contextos emocionales positivos se activan regiones vinculadas al hipocampo, un área que interviene directamente en procesos de consolidación de las memorias y del aprendizaje. Este tipo de investigaciones sugieren que es básico generar climas positivos en el aula para favorecer el aprendizaje. Por eso es importante desde el primer día ir más allá de las cuestiones meramente académicas y hacer participar al alumnado de manera activa, cooperando y generando un entorno donde las expectativas sean positivas. Lo importante es -en definitiva- fomentar un buen vínculo entre los compañeros y los profesores.
– ¿Qué estrategias específicas se pueden incorporar hoy en el aula para poder facilitar las emociones positivas?
– Se ha observado que cuando se utilizan en el aula programas de educación emocional bien planificados y sistematizados de los que participa toda la comunidad educativa, estas iniciativas sirven para trabajar una serie de competencias emocionales imprescindibles en los tiempos actuales, vinculadas al autoconcepto, la autorregulación, la resiliencia y -claro- el rendimiento académico. Este formación siempre parte del profesorado pero también es importante que participen las familias. Otro de los aspectos importantes es la cooperación entre los mismos docentes, pero difícilmente los adultos podemos cooperar si realmente no tenemos asumida toda una serie de competencias. Cooperar es más que trabajar en equipo: hay un componente empático que es necesario tener asumido y también hay que poder superar la opinión discrepante, ser solidario y respetuoso. Sin educación emocional no puede haber cooperación.
– ¿Cuáles son los desafíos que se imponen a la escuela tradicional para poder incorporar estos descubrimientos?
– Básicamente, se trata de asumir que el proceso de transformación parte de uno mismo. Difícilmente voy a poder enseñar a los estudiantes lo que es el autocontrol, si no puedo aprender a controlarme en mi vida cotidiana. La neurociencia ha visto que estas funciones que nos permiten planificar y tomar decisiones adecuadas -que se llaman funciones ejecutivas del cerebro- son básicas para el rendimiento académico del alumnado y el éxito en la vida. Pero es importante asumir que sin cooperación entre los adultos y sin la participación de la comunidad no va a ser posible generar procesos de innovación y transformación educativa. También es muy importante tener en cuenta que en tiempos de incertidumbre como los actuales debemos preguntarnos para qué educamos. Y nosotros lo tenemos claro: tiene que ser desde, en y para la vida. Si realmente lo que se está estudiando no tiene sentido para el alumno, si no va a construir cimiento sobre lo que ya sabe, si no está vinculado a cuestiones de la vida cotidiana y real, difícilmente vamos a poder captar su atención y despertar sus emociones.
¿Por qué se aprende mejor en movimiento? La neurociencia tiene la respuesta
El
movimiento ayuda a mejorar y agilizar el aprendizaje de las materias
que, a priori, pueden parecer más difíciles de comprender. Miguel Ángel
García, autor del libro Neuromatemáticas en Educación Física, explica
con detalle el por qué.
Son muchas las investigaciones y publicaciones que declaran la innegable relación entre actividad física y la mejora del rendimiento escolar y/o cognitivo, pero ¿qué hay detrás de esta causa-efecto? Pues bien, la línea que une estos dos elementos nos la viene a dibujar la Neurociencia.
Gracias a los avances realizados en neurociencia, conocemos un fenómeno cerebral denominado neuroplasticidad, una propiedad del sistema nervioso que le permite adaptarse continuamente a diferentes experiencias.
Las experiencias modifican el cerebro
Las experiencias modifican nuestro cerebro continuamente creando, fortaleciendo o debilitando las sinapsis que conectan las neuronas. A este proceso se lo define en algunas publicaciones como aprendizaje neuronal (o aprendizaje hebbiano). Del cual se puede desprender que cada nuevo circuito neuronal creado/modificado en el todo cerebral equivaldría (mentalmente) a un aprendizaje significativo (Ausubel, 1960, 1963).“Las experiencias modifican nuestro cerebro continuamente creando, fortaleciendo o debilitando las sinapsis que conectan las neuronas”Ledoux, neurocientífico estadounidense, indica que a nivel filogenético se distinguen tres partes en el cerebro: la corteza cerebral, el sistema límbico y el cerebro reptiliano. En el sistema límbico, que es la red de neuronas que facilita la comunicación entre el hipotálamo (implicado en conductas básicas de supervivencia), la corteza cerebral y las demás partes del encéfalo, es donde residen las funciones esenciales de la emoción. Según este autor, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex.
Los dos protagonistas de este sistema límbico son el hipocampo, que registra los hechos puros (podríamos identificarlo como el almacén de la memoria y por lo tanto, de muchos aprendizajes) y la amígdala, encargada de registrar un estado emocional ante esos hechos/experiencias. La amígdala produce la respuesta emocional, pero esta reacción es impulsiva y es otra parte del cerebro la que se encarga de elaborar una respuesta más adecuada.
El regulador cerebral que recibe y controla los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al neocórtex, en el lóbulo prefrontal. Este lóbulo prefrontal constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y razonada.
Las conexiones existentes entre la amígdala y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta es la razón principal por la que la emoción (positiva) es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitirnos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la memoria de trabajo y de elaborar respuestas, ponderando el caudal de información proveniente de distintas zonas cerebrales.
Dopamina, una gran aliada del correcto aprendizaje
La amígdala secreta dopamina, este neurotransmisor cerebral se relaciona con las funciones motrices, las emociones y los sentimientos de placer. La relevancia educativa de este neurotransmisor es capital, porque interviene en procesos de gratificación y motivación (como precursor del placer/alegría), que son fundamentales en el aprendizaje. Controla los sistemas encargados de activar los centros responsables de la actividad motora, así como los de regular ciertas secreciones hormonales, de mandar información a células del mesoencéfalo que conectan con el córtex frontal y con distintas estructuras del sistema límbico. Estos dos últimos sistemas tienen una función muy importante en la vida emocional de las personas.La secreción de dopamina y su presencia en los lóbulos frontales, controla el flujo de información desde otras áreas del cerebro. Las irregularidades sobre su emisión y/o recepción en esta región cerebral, pueden causar interferencias en las funciones neurocognitivas, especialmente la memoria, atención, y resolución de problemas (a veces referidas como funciones ejecutivas).
Cuanto más movimiento, más crecimiento cerebral
Dejando a un lado las emociones y su gestión, y centrándonos en la actividad física y el movimiento, hay que poner especial interés en las neurotrofinas, que son un tipo de proteínas relacionadas con la supervivencia de las neuronas. La musculatura y ciertas partes del cerebro, al ser estimuladas a través del movimiento y/o ejercicio, las vierten al torrente sanguíneo con la misión de estimular la supervivencia, crecimiento o diferenciación de las partes activadas.El factor de crecimiento nervioso (FCN) es una proteína presente en el sistema nervioso central y en otras zonas del cuerpo, ya que puede atravesar la barrera hematoencefálica.
El FCN está relacionado directamente con la síntesis y control de la norepinefrina. También se han encontrado multitud de neuronas colinérgicas sensitivas sensibles a FCN, presentes en diferentes estructuras, incluido el hipocampo, teniendo un importante papel en la memoria y el aprendizaje.
El factor neurotrófico derivado del cerebro BDNF (del inglés brain-derived neurotrophic factor), son proteínas secretadas en una amplia gama de tejidos y tipos de células, no solo en el cerebro. Su expresión puede ser vista en la retina, el SNC, las neuronas motoras, los riñones y la próstata, habiéndose constatado el aumento de su secreción y actividad a través del ejercicio regular. Son sustancias químicas que ayudan a estimular y controlar la neurogénesis o creación de nuevas neuronas.
El ejercicio provoca cambios estructurales en el cerebro
Está demostrado que la práctica regular de ejercicio (fundamentalmente de tipo aeróbico) favorece la secreción de estas sustancias y provoca pequeños cambios estructurales en el cerebro, mejorando la memoria y procesos mentales asociados, con lo que utilizar el juego y el movimiento, es la fórmula ideal de mejorar las capacidades mentales e incidir sobre la motivación y la predisposición al aprendizaje. En este sentido, aunar aprendizajes con movimiento no sólo es lícito y posible, sino que se muestra como la vía más cargada de naturalidad y biológicamente adecuada a nuestra especie.“Aunar aprendizajes con movimiento no sólo es lícito y posible, sino que se muestra como la vía más cargada de naturalidad y biológicamente adecuada a nuestra especie”Por lo tanto, y teniendo en cuenta el positivo factor emocional del juego y el movimiento en los niños, diseñar actividades que necesiten de la participación del mayor número de zonas cerebrales implicadas en la tarea, incluyendo las dedicadas al control motriz, se erige como la metodología que más beneficios aportará al desarrollo de la capacidad cognitiva general y, por ende, a las competencias o habilidades más específicas.
Por tanto, el entorno y actividades propias de la Educación Física es el más favorable escenario de actuación escolar.
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